Deng Xiao Ping y el marxismo como arte proletario de gobernar

“No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato.”
 Deng Xiaoping, durante la gira de inspección del sur de China

Cuando pensamos en la modernidad solemos pensar en el capitalismo y en las instituciones jurídico-políticas que a menudo lo acompañan. Esto puede llevarnos a una concepción de la modernidad como un evento mayormente negativo, por la serie de sucesos históricos sangrientos que acompañaron y hasta el día de hoy acompañan la expansión del capitalismo y de la democracia liberal[1].

Por ello, tendemos a olvidar su faz “subjetiva”, “cultural” o, más precisamente, “normativa”: el hecho de que, en un inicio, para los principales representantes intelectuales y políticos de la incipiente cultura burguesa, la modernidad era concebida fundamentalmente como un proyecto político de raigambre platónica, cuya finalidad era la organización racional de la sociedad con miras al bienestar individual y la prosperidad general.

Hoy en día solemos concebir el liberalismo como una ideología política que defiende la “libertad individual” (concebida, en términos puramente abstractos y negativos, como la falta de constreñimientos), pero el padre de la teoría política liberal, John Locke, entendía su propuesta filosófico-política como la defensa de un nuevo “arte de gobernar[2]”, según el cual la mejor manera para que un Estado se volviera rico, próspero y poderoso era, por un lado, el aumento de las tierras laborables en su territorio, y por el otro, el garantizar el derecho de los individuos a emplearlas para aumentar su valor (y, por supuesto, la disponibilidad de mano de obra presta para trabajar)[3].

La libertad defendida por esta primera versión del liberalismo no implicaba tanto la libertad de los individuos en toda la extensión del término como la posibilidad de estos de disponer libremente de su propiedad[4] y de participar en una serie de transacciones económicas fundadas en el principio del libre cambio[5]. Locke no era tanto un demócrata como el defensor del gobierno de una élite cuya legitimidad descansaba sobre la posesión de un saber sobre la manera correcta de gobernar (esto es: de organizar la sociedad); lo que diferenciaba a esta élite liberal ilustrada de la antigua aristocracia platónica es que la sabiduría de aquella ligaba la prosperidad del Estado inextricablemente al derecho del individuo a procurar su propio bienestar (aunque fuera en la dimensión restringida de lo económico)[6].

Eventualmente, con la superación del modo de producción feudal y la maduración de la economía de mercado, este novedoso arte del gobierno liberal evolucionaría en la primera ciencia propiamente moderna: la economía política. El escocés Adam Smith, padre de esta nueva ciencia, comprendería a la perfección la relación entre los mercados y el gobierno, insistiendo en su famosa obra La riqueza de las naciones (que definiera como un tratado sobre el gobierno) que este último no solo era el encargado de crear las condiciones morales, jurídicas e institucionales[7] que hacían posible la existencia de los mercados, sino que debía usarlos para crear un equilibrio entre las fuerzas antagónicas de las distintas clases sociales que conformaban la comunidad política. Para Smith, el buen gobernante debía alzarse por sobre los intereses cortoplacistas de empresarios y trabajadores, estableciendo condiciones que los llevaran a aumentar la productividad del trabajo social y a generar un grado de riqueza tal que dirigiría a la nación hacia la opulencia general[8].

El filósofo alemán Georg Hegel, a quien Marx consideraba como su maestro, daría un paso más allá de Smith, explicitando lo que para él era el principio fundamental del Estado nación moderno: “la esencia del nuevo Estado es que lo universal está unido con la completa libertad de la particularidad y con la prosperidad de los individuos”[9].

A diferencia de los pensadores liberales, Hegel (que, además de estar influido por las ideas económicas de Smith, también estaba muy influenciado por el republicanismo francés[10]) consideraba que los individuos modernos no se darían por satisfechos con la mera persecución del interés económico: la idea moderna del bienestar individual (atada, como hemos mencionado, a la idea de la paz y la prosperidad colectivas) evolucionaba de tal manera que ningún individuo ya era capaz de concebir su propio bienestar como algo independiente del grado más elevado posible de libertad individual.

Por ello, para Hegel, una sociedad que no garantizara tanto libertad como bienestar material para cada uno de sus ciudadanos (ya no meramente súbditos) era una sociedad que inevitablemente estaba condenada a destruirse desde dentro, corroída por la lucha entre los que podían disfrutar de este derecho y los que no. Así, para Hegel, el crisol histórico del que emerge la sociedad burguesa tiene como resultado el hecho de que, por primera vez en la historia, la libertad, junto con el bienestar material que permite disfrutarla, se convierte en una obligación ética de la sociedad hacia cada uno de sus miembros en particular, que de no verse satisfecha daría lugar a una crisis de legitimidad de las instituciones y al caos social.

En pocas palabras, el autor alemán reconocía que, si la sociedad no estaba a la altura de sus obligaciones hacia sus miembros, estos últimos no tenían mayores razones para respetarla o preservarla. La paradoja de la sociedad burguesa, de la que ya Hegel era consciente, es que el mismo mecanismo de mercado que le habría permitido producir más riqueza que en cualquier otro momento de la historia humana – esto es, el imperativo de la acumulación de capital— habría dado lugar al mismo tiempo a la miseria más inhumana que jamás haya existido, incrementando las filas de los desposeídos a en la misma proporción en que la riqueza producida se va concentrando en cada vez menos manos[11].

Esta realidad llevaba a que un sector cada vez mayor de la sociedad no pudiera beneficiarse de la riqueza material y cultural producida, y que, como consecuencia de esta precariedad, le resultase imposible vivir libremente (convirtiéndose en un riesgo permanente para la sociedad burguesa). No obstante, si bien Hegel llegó a vislumbrar el problema y propuso una serie de correctivos para mantener la sociedad cohesionada, será Marx el primero en comprender que se trata de un fallo estructural del sistema capitalista, una ley necesaria de su funcionamiento que no puede ser superada desde las coordenadas del mismo:

«Las mismas causas que desarrollaron el poder expansivo del capital también desarrollan la fuerza de trabajo a su disposición. Así, la masa relativa del ejército industrial de reserva incrementa con la energía potencial de la riqueza. Pero mayor es la masa de la población superflua consolidada, cuya miseria está en razón inversa a la cantidad de tortura que debe sufrir bajo la forma del trabajo. Finalmente, cuanto mayor es la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, mayor es el pauperismo oficial. Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista.» [12]

Por esta razón Marx ya no propondrá paliativos, sino atacar directamente la raíz estructural del problema: la institución burguesa de la propiedad privada, fundamento último del control capitalista de los medios de producción y del conjunto de las relaciones sociales capitalistas, así como causa eficiente de la insalvable asimetría de poder social entre trabajadores y capitalistas. Solo aboliendo la propiedad privada de los medios de producción y trascendiendo el capitalismo será posible realizar en el mundo material esa armonía entre el interés universal de la sociedad y la libertad y bienestar de cada individuo particular que Hegel consideraba la “esencia” del Estado moderno. Paradójicamente, hacer realidad dicho ideal implicará abandonar toda concepción abstracta del Estado como una entidad “neutral”, situada por encima del antagonismo entre clases sociales (es decir, toda concepción ahistórica del mismo).

Es así que, a medida que se va consolidando como la ideología del movimiento obrero, el marxismo defenderá una praxis política revolucionaria que exige, como un primer paso crucial para la reestructuración de las relaciones sociales y la transformación radical de la sociedad, la toma del poder estatal por parte del proletariado y la consolidación de una dictadura del proletariado, inaugura el camino al socialismo[13] con la expropiación política de la burguesía. Los socialistas han de dejar atrás, por principio, todo flirteo con el ideal de un entendimiento entre clases productoras y clases propietarias[14].

Durante muchos años, el marxismo (el materialismo dialéctico y su aplicación al mundo social como materialismo histórico), sería teoría de la táctica y estrategia revolucionarias, sistematización de la experiencia de lucha de la clase trabajadora con miras a la revolución política y el establecimiento de la dictadura del proletariado[15]. Pero cuando llegaron las primeras revoluciones socialistas exitosas, el marxismo tuvo que estar a la altura de las nuevas circunstancias: los revolucionarios que habían llegado al poder debían convertirse en estadistas. La teoría revolucionaria debía convertirse en un arte de gobernar diferente del de la burguesía. Se hacía necesario un arte de gobernar proletario, que ayudara a organizar la sociedad en función de los intereses de la clase trabajadora (y de las demás clases populares).

La diferencia fundamental entre ambas formas de entender el gobierno probablemente se halla en el método del marxismo, que lo diferencia de la economía política burguesa: el marxismo tiene una aproximación dialéctica y materialista, que presupone que en el universo material que nos revelan las ciencias modernas no existe nada estático, que en este rigen siempre el cambio y el movimiento y que lo que en el presente es de una cierta manera, bajo ciertas condiciones, puede transformarse en su contrario. Por esta razón, el marxismo no acepta fórmulas abstractas universalmente válidas, y, aplicando la comprensión dialéctica a la sociedad, descubre el terreno de la historia (en contraste con la ciencia burguesa, que a menudo desconoce la historicidad de sus objetos de estudio y no llega a comprender adecuadamente las dinámicas internas de la sociedad).

Así, la característica principal de un aparato gubernamental orientado por la teoría marxista será su capacidad de adaptarse y responder adecuadamente a las crisis y problemáticas que van presentándose en el largo proceso durante el cual se busca crear las condiciones materiales que posibiliten la eliminación de la propiedad privada, la superación de las relaciones sociales capitalistas y la abolición definitiva de las clases sociales (con miras a hacer una realidad efectiva la promesa moderna de autonomía y bienestar material).

Entre todos los grandes revolucionarios que han surgido de las filas del marxismo, quizá quien mejor ha encarnado el ideal del estadista proletario haya sido Deng Xiaoping. Esta es una afirmación polémica, ya no solo porque ha habido tantos otros políticos geniales en la historia del comunismo internacional[16], sino sobre todo por la reputación que tiene Deng entre algunos círculos socialistas, especialmente entre los llamados “maoístas”, de haber “traicionado” a su antecesor Mao Zedong y a la Revolución China, y por haber llevado a la República Popular China “de regreso al capitalismo”.

Esta acusación, por supuesto, se refiere a la famosa política de “reforma y apertura” iniciada por el líder chino a inicios de la década del 80, que encuentra su justificación teórica en lo que el Partido Comunista Chino llama la “Teoría Deng Xiaoping”.

Quisiera defender brevemente que es precisamente en la reforma y apertura y en la Teoría Deng Xiaoping que podemos identificar el perfeccionamiento al que llevó Deng al marxismo, entendido como un arte de gobernar.

Primero, es necesario preguntarse, ¿de dónde derivan las acusaciones contra Deng? La respuesta es sencilla: derivan, principalmente, de la identificación del socialismo con la colectivización de la propiedad, basada en el modelo instaurado en la URSS por Stalin a inicios de la década del 30, y que, con más o menos diferencias, adoptarían la mayoría de países socialistas durante la segunda mitad del siglo XX.

No obstante, dicha identificación olvida, en primer lugar, la historia económica de la URSS: el primer país socialista del mundo contó, por lo menos, con tres distintos modelos económicos, siendo el primero de ellos el llamado “comunismo de guerra” (básicamente, el racionamiento de los recursos, la distribución de la escasez para sobrevivir al período de guerras); el segundo sería la llamada “Nueva Política Económica” de Lenin, cuyo objetivo principal era utilizar la inversión y el emprendimiento privados para reconstruir y desarrollar la producción soviética.

Lenin habría manifestado en al menos una ocasión que su intención era que la NPE se aplicara durante largo tiempo[17]; sea como fuera, la inminencia de la guerra llevaría a Stalin a iniciar el proceso de colectivización que haría posible la industrialización acelerada de la URSS, bajo la dirección del Estado. Suelen olvidarse, pues, tanto los procesos de cambio en la organización de la economía de la URSS, como los hechos concretos que en cada caso llevarían al Estado soviético a realizar dichos cambios.

En segundo lugar, suele olvidarse la historia económica de la China Popular: si bien el PCCh no llegaría a tomar el control del territorio de toda la China continental hasta 1949, varias regiones estuvieron bajo su dominio desde al menos veinte años antes; en estas regiones, el Partido experimentaba con distintas formas de organización de la propiedad: tanto propiedad “estatal”, bajo el mando del Partido, como propiedad privada y cooperativas. Es decir, se trataba de una organización “mixta” de la producción[18]; en 1940, en sobre la Nueva Democracia, Mao defendería este carácter “peculiar” de la Revolución China, su negativa de expropiar completamente a los propietarios privados, debido al atraso de la economía china[19].

Para el padre de la República Popular China, la revolución en países como el suyo debía pasar por dos etapas, o por una revolución en dos partes: un momento de revolución política (de la creación de una institucionalidad “democrática” y soberana, en el sentido de que debía estar dirigida por las clases populares, esto es, por la alianza entre obreros y campesinos, liderada por el Partido Comunista Chino, diferenciándose de la democracia formal de occidente y adecuándose a las necesidades particulares del pueblo chino, poniendo el desarrollo de las fuerzas productivas al servicio de los intereses nacionales) y una de revolución social propiamente (durante la cual podrían aprovecharse los frutos de la producción para ir transformando progresivamente las relaciones sociales en relaciones post-capitalistas, aboliendo definitivamente la propiedad privada y el Estado como forma de dominación de clase, dando lugar a una completa socialización de los medios de producción)[20].

En la primera etapa no se expropiaría completamente la propiedad privada de la burguesía, pero sí se le sometería a una expropiación política[21]. No sería sino hacia 1958, en gran medida como consecuencia de la Ruptura Sino-Soviética y el retiro de la ayuda económica d la URSS (sumada a la permanente amenaza del imperialismo estadounidense), que se optaría por la colectivización de la economía china. Como se sabe, este intento de colectivización económica (entre 1958 y 1976) no tuvo buenos resultados, y sería abandonado poco después de la muerte de Mao[22].

Llegado al poder en 1978, Deng Xiaoping iniciaría un radical proceso de cambio en la República Popular. La situación en el país en aquel punto, económica y social, era bastante crítica, como consecuencia de los graves errores cometidos en las dos décadas previas. Sobre la base de aquello que sí podía rescatarse del período previo (los avances en educación, salud y esperanza de vida), Deng inició una serie de reformas que empezarían por el campo (transformando gradualmente el régimen de propiedad comunal en uno de propiedad familiar que permitiera a los campesinos gestionar sus tierras y cultivar y vender sus productos en el mercado[23]), que darían lugar a la apertura progresiva China al mercado internacional.

Ya en este momento era evidente, desde hacía más de una década, que la productividad de la URSS y los demás países socialistas había comenzado a estancarse, y que iban adentrándose a una seria recesión; iba quedando claro que el incentivo heroico de los trabajadores (su ímpetu patriótico y revolucionario, su necesidad de sacar adelante la producción en nombre de la nación y de la revolución), que tan bien había servido a la patria de Lenin durante las primeras décadas de su existencia, había comenzado a agotarse durante el período de “convivencia pacífica”. Por ello el mercado, con su incentivo material, tendría que ser usado como una herramienta para incrementar la productividad del gigante asiático. Deng justificaría este recurso al mercado:

Tener más planificación o más mercado no es la diferencia esencial entre socialismo y capitalismo […]. Economía planificada no quiere decir socialismo. El capitalismo también tiene planes. Economía de mercado no es sinónimo de capitalismo. El socialismo también tiene mercado. Tanto planificación como mercado son medios económicos.[24]

La completa estatización de la banca y la dura legislación antimonopólica permitirían al PCCh condicionar las inversiones del capital en China, y la apertura al capital extranjero permitiría por primera vez que un país socialista pudiera superar el duro bloqueo tecnológico impuesto por EEUU. Asimismo, el Estado conservaría el control de una serie de industrias clave (entre ellas la industria pesada), poniendo en manos del mercado fundamentalmente la producción de bienes de consumo (en cuya adecuada producción y distribución se presentaban las principales limitaciones de la planificación). De esta manera, el mercado podía utilizarse para aumentar la productividad (esto es, para generar valor) antes que para generar ganancias (mero valor de cambio) sin beneficiar al resto de la sociedad.

De este modo se echan luces sobre aquel mantra infame del período de Reforma y Apertura, tradicionalmente atribuido a Deng: “Ser rico es glorioso”. En una entrevista, ante la pregunta de qué podía tener que ver dicha frase con el comunismo o el socialismo, Deng respondería:

De acuerdo al marxismo, la sociedad comunista se basa en la abundancia material. Solo cuando exista esta abundancia material puede el principio de la sociedad comunista – esto es, ‘de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad’, aplicarse. El socialismo es la primera etapa del comunismo. Por supuesto, abarca un largo período histórico.

La gran tarea durante la etapa socialista es desarrollar las fuerzas productivas, seguir incrementando la riqueza material[25] de la sociedad, mejorar de manera constante la vida de las personas y crear condiciones materiales para la llegada de la sociedad comunista. No puede haber comunismo con pauperismo, ni socialismo con pauperismo.

Así que volverse rico no es un pecado. Sin embargo, lo que queremos decir con volverse rico es diferente de lo que usted quiere decir. La riqueza en una sociedad socialista pertenece al pueblo. Volverse rico en una sociedad socialista quiere decir prosperidad para todo el pueblo. Los principios del socialismo son: primero, desarrollar la producción y segundo, prosperidad común. Permitimos que algunas personas en algunas regiones se vuelvan prósperas primero, con el propósito de alcanzar la prosperidad común más adelante. Por eso nuestra política no llevará a la polarización, a la situación en la cual los ricos se harán más ricos mientras que los pobres se hacen más pobres.[26]

Así, bajo la dirección del PCCh, por un lado, la inversión debía usarse para crear infraestructura, seguridad y trabajo allí donde hacían falta[27]; asimismo, la garantía de la competencia[28] debía incentivar la innovación tecnológica y el incremento de la productividad. Finalmente, con la llegada del capital extranjero, los chinos aprenderían poco a poco a producir aquella tecnología que se había vuelto clave para consolidarse como una potencia económica (liberándose en el proceso de la dependencia económica de las potencias capitalistas y reconfigurando la correlación internacional de fuerzas).

No obstante, para Deng nada de esto sería posible si no se mantenían la institucionalidad creada por el PCCh durante los años previos: el futuro de China estaba casado con la implementación centralismo democrático y la férrea dirección de los comunistas. Solo manteniendo su propia forma de gobierno, diferente del parlamentarismo liberal de occidente, se podrían hacer realidad las llamadas “cuatro grandes modernizaciones” (agricultura (1), industria (2), defensa (3) y ciencia y tecnología (4))[29]. Como puede apreciarse, esta idea de Deng se enmarca perfectamente en la línea establecida por Mao cuatro décadas antes sobre la Nueva Democracia.

Hasta aquí hemos visto el primer pilar de la Teoría Deng Xiaoping: la necesidad del gobierno del Partido Comunista de hacer uso del mercado para crear riqueza para toda la sociedad, disciplinando a los empresarios mediante la competencia y el uso de subsidios para desarrollar las fuerzas productivas[30]. Vemos aquí que la reforma y apertura económica se convierten en un principio de gobierno, en una herramienta para gobernar a la usanza moderna; es a este primer pilar de su teoría al que Deng Xiaoping llamó “socialismo con características chinas”.

El segundo pilar de la Teoría Deng Xiaoping tendría que ver con su reinterpretación del pensamiento de Mao Zedong: Deng resaltaría la importancia de reconocer la deuda de la sociedad china con Mao, y la importancia de sus enseñanzas como revolucionario y teórico del marxismo-leninismo, pero no debía ser elevado al estatus de una deidad. Mao había sido capaz de cometer errores (algunos bastante gruesos); lo fundamental de su pensamiento se hallaba en su defensa de la cientificidad del marxismo, en su llamado a “buscar la verdad en los hechos” (el reconocimiento crucial de la práctica como único criterio de verdad).

Hacer del pensamiento de Mao Zedong un dogmatismo era alejarse de las enseñanzas de Mao, era depurar su pensamiento de cientificidad. Esto no solo le permitiría a Deng legitimarse ante los cuadros y ante la sociedad china, estableciendo la continuidad entre él y Mao, sino también fundamentar epistemológicamente su teoría: la necesidad de la Reforma y Apertura en el socialismo con características chinas se fundaba en la experiencia, en la confrontación de la realidad con la práctica y el consecuente aprendizaje. En ese sentido, la Teoría Deng Xiaoping puede concebirse como una innovación dentro del Pensamiento de Mao Zedong.

Para concluir este largo ensayo, podemos ver en qué medida Deng recoge la idea de Mao de que el socialismo es un largo proceso de transición entre el capitalismo y el comunismo como sociedad post-capitalista sin clases, y no un modo de producción claramente definido. Lo que permite llegar de un punto a otro sería la dirección del Partido Comunista, que debe crear las condiciones materiales para romper con las relaciones sociales capitalistas y sus consecuencias nocivas.

Para esto, el Partido puede emplear recursos diversos, como la planificación o la economía de mercado, según lo requieran las condiciones objetivas; lo fundamental de este arte proletario de gobernar sería que, a diferencia del arte del gobierno burgués, reconoce (1) que los intereses de la clase capitalista, ligados directamente a la ganancia, previenen un desarrollo saludable de la sociedad[31], (2) por lo que deben ser alejados del poder político y de las instituciones del Estado; (3) asimismo, que aquello solo puede lograrse poniendo en el poder político al proletariado, al campesinado y en general a las clases populares. Finalmente, (4) el Estado y sus instituciones deben tener la capacidad de adaptarse rápidamente a las circunstancias, de reconocer y corregir los errores y de reestructurar sus políticas en consecuencia[32].

Solo de esta manera puede garantizarse el grado de riqueza material que puede hacer realidad el principio normativo del gobierno moderno, según el cual el fundamento del gobierno es garantizar el bienestar de cada miembro de la sociedad y maximizar su libertad. Solo el reconocimiento de la importancia de las luchas de clases y de la necesidad de la dictadura del proletariado pueden llevarnos en última instancia a la “opulencia general” de la que hablaba Adam Smith, y que no es otra cosa que la superación del capitalismo y la realización del comunismo. Deng Xiaoping se alza sobre los hombros de gigantes, ciertamente, pero fue el primero en comprender esto con toda la claridad del caso, como lo demuestran en los hechos los resultados de su práctica gubernamental.

Notas:

[1] Y que aquellos que vivimos en la periferia poscolonial conocemos tan bien.

[2] El término anglosajón sería “statescraft”. Aquí la palabra “arte” (en inglés, “craft”) no refiere tanto a una producción estética (es decir, artística) como a la raíz del término “artesano” (en inglés, “craftsman”), que refiere a la capacidad de hacer o producir algo metódicamente, es decir, aplicando una serie de reglas o preceptos; se trataría de un “saber práctico” antes que de un conocimiento teórico.

Otra palabra que se aproxima a su sentido en castellano podría ser “técnica”. En occidente, la tradición del arte de gobernar y el problema de la educación de los gobernantes hunde sus raíces en la filosofía de la Antigua Grecia (específicamente, en la filosofía de Platón); no obstante, habría llegado a Grecia proveniente de Asia, encontrando precedentes en las tradiciones de Persia, India, China, etc.

[3] Ver Locke, J., Segundo tratado sobre el gobierno civil.

[4] Incluyendo entre las propiedades, en particular en el caso de los pobres, el propio cuerpo entendido como fuerza de trabajo.

[5] La raíz del término “liberal” no sería “libertad”, sino “liberalidad”, un sinónimo de “generosidad” que la intelectualidad anglosajona moderna (desde Thomas Hobbes hasta David Hume) consideraba como la virtud por excelencia de la aristocracia: el ideal moderno de la clase gobernante era el de una clase liberal, generosa, pues en el largo plazo sus políticas debían traer un grado de bonanza del que eventualmente pudiera disfrutar hasta al más pobre de los súbditos del Estado. Aquí hallamos el precedente histórico del famoso “efecto de chorreo” de la teoría económica neoclásica.

[6] Por supuesto, se omiten aquí otros aspectos importantes de la teoría política de Locke, como lo es su inhumana defensa de la institución de la esclavitud. Para Locke, el espacio de libertad económica garantizado por el gobierno liberal era perfectamente compatible con la privación de todo derecho a aquellos individuos que, por una razón u otra, no ostentaban el estatuto de súbdito del Estado ni tampoco, como consecuencia, el privilegio de participar de dicho espacio (estos apestados incluían tanto a aquellos que eran considerados como una amenaza para los derechos de propiedad como a quienes se consideraba racialmente inferiores por su cultura “primitiva”– en ciertos períodos de la historia de Inglaterra la línea divisoria entre estos dos subconjuntos se hizo más o menos difusa; ver D. Losurdo, Contrahistoria del liberalismo).

[7] Y, por supuesto, también militares.

[8] Ver Smith, A., Una investigación sobre la riqueza de las naciones.

[9] Ver Hegel, G.W.F., Principios de la filosofía del derecho.

[10] Sería en el contexto de la Revolución Francesa y de las múltiples revoluciones que le siguieran que comenzaría a surgir, poco a poco, un arte popular de gobernar (en contraposición al arte del gobierno burgués). Retomaremos esta idea más adelante.

[11] En El Capital Marx termina de desarrollar esta idea, explicando cómo el imperativo de abaratar costos de producción para maximizar las ganancias lleva, por un lado, a reemplazar trabajo humano por tecnología (aumentando los números del “ejército industrial de reserva”, que han perdido el “privilegio” de ser explotados y pasan a ser una amenaza para las condiciones de trabajo de quienes siguen estando empleados), y por el otro, a una agresiva competencia entre capitalistas, en la que los capitales más pequeños eventualmente son sacados de la competencia y fagocitados por los capitales más grandes.

[12] Ver, Marx, K., El Capital.

[13] El período de transición entre el capitalismo y una sociedad post-capitalista, sin clases (que convenimos en llamar, con Marx y Engels, comunismo).

[14] Lenin, V., El Estado y la revolución. Lenin denunciará el sueño de opio de la armonía entre clase sociales que resurge periódicamente en el seno del movimiento socialista como un síntoma de la corrupción de un sector más privilegiado de la clase trabajadora europea por parte de los capitalistas (beneficiados con mejores condiciones laborales, garantizadas mediante la extracción de plusvalía de la periferia colonial).  Así, por ejemplo, el giro de la socialdemocracia hacia el reformismo durante la época del Segunda Internacional se explicaba en gran medida por el “aburguesamiento” de los dirigentes obreros en Europa occidental.

[15] Lenin diría que el marxismo debía ser entendido como “el análisis concreto de la situación concreta” (en contraste con el revisionismo socialdemócrata, que apostaba por una metafísica de la historia, en la que todas las sociedades atrasadas tenían que desarrollarse necesariamente como un reflejo de la historia europea, atravesando una por una una serie fija de “etapas históricas” antes de llegar a la sociedad burguesa y eventualmente al socialismo).  En las condiciones del imperialismo, Lenin apostaría por un apoyo de las clases obreras a las luchas de liberación nacional de los países coloniales y semicoloniales; en las condiciones nacionales de Rusia, por una alianza popular con el campesinado. En las condiciones particulares del Perú, Mariátegui apostaría por un socialismo en el que los indígenas ocuparan un lugar protagónico, y en las de la China Mao Zedong propondría la línea estratégica de una revolución que fuera “del campo a la ciudad”, con el campesinado como principal actor político.

[16] Es importante mencionar que, durante sus años a la cabeza de la República Popular China, Deng y sus compatriotas pudieron disfrutar de un nivel de paz y estabilidad social bastante elevado en comparación con el que otros líderes socialistas y sus respectivos países llegaron a conocer. La alianza estratégica y los acuerdos comerciales que Mao Zedong forjó con EEUU tras la desafortunada ruptura sino-soviética liberaron a la República Popular de buena parte de la presión que el imperialismo estadounidense históricamente ha ejercido sobre los países socialistas. Fue importante, asimismo, el abandono de la línea política que se había inaugurado durante la Gran Revolución Cultural Proletaria.

[17] “La política es de largo aliento y se adopta con plena convicción”, diría el fundador de la URSS durante el cierre de la Décima Conferencia Rusa del Partido Comunista Ruso en 1921. No es un dato secundario el hecho de que Deng Xiaoping viviera en la URSS durante el período de implementación de la NPE. Durante la década de los 80, varios años después de iniciada la apertura económica de China, Deng diría que quizá el modelo de la NPE en la URSS fuera el modelo más correcto para alcanzar el socialismo.

[18] Ver Losurdo, D.,

[19] Algunos seguidores de Mao olvidan este hecho; otros consideran que Mao tenía una postura equivocada en aquella época. Los marxistas que menosprecian la Revolución China y a la República Popular, por su parte, consideran que estas posturas son la evidencia de que China fue “revisionista” desde los tiempos de Mao. Yo considero que, en efecto, aquí se ve una cierta continuidad entre Mao Zedong y Deng Xiaoping, aunque no pienso que ninguno de los dos revolucionarios haya sido un “revisionista” (salvo que revisionismo implique heterodoxia; no obstante, los propios Stalin y Lenin habrían sido heterodoxos en su momento, y habrían contrapuesto el bolchevismo al “marxismo dogmático” de la socialdemocracia).

[20] Ver Mao, Z., Sobre la Nueva Democracia.

[21] La idea está en Mao, pero el precedente está en la NPE de Lenin (una clase capitalista a la que la clase proletaria dirigente le permite enriquecerse en nombre de los intereses nacionales). La explotación capitalista persiste parcialmente, pero por primera vez en la historia es la clase explotada la que posee el poder político.

[22] La colectivización china tendría diferencias importantes con la que se llevó a cabo en la URSS. La intención de Mao sería apoyarse menos en los cuadros para la planificación y más en la deliberación directa de las masas. Hua Guofeng, el sucesor inmediato de Mao antes de la consolidación de Deng, buscaría adoptar una política más semejante a la que siguiera la URSS durante la década previa. Su falta de habilidad como gobernante lo llevaría a depender cada vez más de Deng, que eventualmente asumiría el poder, sin ostentar nunca de manera oficial los cargos de cabeza de gobierno ni del PCCh.

[23] Giovanni Arrighi, en su libro Adam Smith en Pekín, insiste en la importancia de estas reformas en el campo: a juicio de Arrighi, sería el sustento que el grueso de los trabajadores chinos (de origen campesino) puede procurarse independientemente del trabajo en las ciudades, y el establecimiento de cooperativas en sus lugares de origen, uno de los grandes diferenciales de la RPCh respecto a los países capitalistas.

[24] Deng, X., Extractos de charlas dadas en Wuhan, Shenzhen y Shanghai

[25] Las cursivas son mías.

[26] Entrevista a Mike Wallace.

[27] Es importante mencionar aquí las Zonas Económicas Especiales, donde se tolera que existan relaciones sociales capitalistas.

[28] Que ya Adam Smith reconocía que estaba siempre en riesgo debido a que era contraria al interés de los empresarios, y debía ser garantizada por la intervención del gobierno. Ver Riqueza de las naciones, Libro I.

[29] Las cuatro modernizaciones, pilar del socialismo con características chinas, serían enumeradas por primera vez en 1963 por el entonces premier de la RPCh, Zhou Enlai.  

[30] Uno podría pensar en el uso de los capitalistas como “combustible” para la modernización de China.

[31] Por razones de espacio no se ha desarrollado esta idea lo suficiente, pero también da lugar a la relación de dependencia del Tercer Mundo respecto al Primero, al neocolonialismo, y a aquella lucha de clases internacional que los marxistas llamamos imperialismo.

[32] Lo que implica, sobra decirlo, una inmensa capacidad para reunir y gestionar recursos según la necesidad de cada contexto.