Mao Zedong, el gran dialéctico – A los 127 años de su nacimiento

El académico «marxista» promedio suele entender muy bien las ideas de Marx sobre cuestiones puntuales: puede explicar qué es la reproducción ampliada, la diferencia entre la plusvalía relativa y la plusvalía absoluta, la cuestión de la caída de la tasa de ganancia, etc. Y, sin embargo, pese a su erudición, pocos de estos académicos “marxistas” tienen una comprensión adecuada sobre el marxismo, el comunismo y lo que implican.

Por contraste, en la historia pocos han tenido una comprensión tan clara y distinta sobre el marxismo y su filosofía como lo tuvo Mao Zedong. Ante esta afirmación, el académico «marxista» tal vez suelte una risita por lo bajo, preguntándose qué podría enseñarle sobre marxismo un «déspota asiático» de un país atrasado de campesinos, autor de escritos simplones dirigidos a las masas.

Huey P. Newton, fundador de las Panteras Negras, dijo alguna vez sobre su experiencia de lucha en los Estados Unidos:

«Nos habíamos dado cuenta de que la teoría no era suficiente. Sabíamos que debíamos actuar para generar un cambio. Sin darnos cuenta entonces, estábamos siguiendo la idea de Mao de que, si quieres conocer la teoría y los métodos de la revolución, debes tomar parte en la revolución. Todo conocimiento genuino se origina en la experiencia directa.»

A diferencia del académico «marxista», que entiende mucho de postulados específicos de la obra de Marx (y de la de alguno de sus predecesores o sucesores filosóficos, como podrían serlo Hegel o Adorno y Horkheimer, o quizá, si estamos ante un individuo particularmente audaz, David Harvey), lo que Newton encuentra en el pensamiento de Mao, ya después de haber iniciado su praxis revolucionaria junto con sus camaradas Panteras Negras, es una relación dialéctica fundamental entre acción y pensamiento (entre, digamos, la verdad de la teoría y la eficacia de la práctica), que es justamente lo que el joven Marx reclama en su Tesis XI sobre Feuerbach cuando afirma que «[l]os filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.» El académico «marxista», con toda su erudición, olvida que el lugar donde se pone a prueba la verdad de la teoría (cuando esta se pretende revolucionaria o transformadora) es en el terreno de la práctica concreta.

Por eso Mao afirma en Sobre la práctica:

«La filosofía marxista –el materialismo dialéctico– tiene dos características sobresalientes. Una es su carácter de clase: afirma explícitamente que el materialismo dialéctico sirve al proletariado. La otra es su carácter práctico: subraya la dependencia de la teoría respecto a la práctica, subraya que la práctica es la base de la teoría y que ésta, a su vez, sirve a la práctica. El que sea verdad o no un conocimiento o teoría no se determina mediante una apreciación subjetiva, sino mediante los resultados objetivos de la práctica social. El criterio de la verdad no puede ser otro que la práctica social. El punto de vista de la práctica es el punto de vista primero y fundamental de la teoría materialista dialéctica del conocimiento.»

El primer punto de Mao aquí, el compromiso del marxismo con la lucha del proletariado y las clases oprimidas, no es un sesgo político que se le imponga a la teoría desde fuera: como sabe quién ha estudiado la dialéctica, el punto de partida a partir del cual se progresa hacia todo verdadero conocimiento [total] sobre la realidad es siempre el de la experiencia inmediata que se tiene sobre dicha realidad. En el capitalismo, esa primera experiencia inmediata, necesariamente parcial o incompleta (y por tanto en necesidad de clarificación) es siempre una experiencia de lucha, de la oposición entre el individuo y el conjunto de la realidad social; es la contradicción entre quienes viven por el sistema y aquellos a quienes el sistema sencillamente no deja vivir. De ahí que el primer paso hacia la clarificación de la propia experiencia (el primer paso hacia el conocimiento real) no sea otro que el paso hacia la praxis: el salto a la rebelión, a la confrontación abierta en la lucha de clases.

Por eso Mao afirma que «[e]l marxismo comprende muchos principios, pero en el análisis último, todos pueden reducirse a una única oración: es justo rebelarse»; el evento que inaugura el tránsito de la conciencia hacia el conocimiento de la realidad toda (del capitalismo y la dinámica inmanente de sus contradicciones) es la lucha de clases que en última instancia impulsa y dinamiza dicha realidad. Por tal razón, se puede afirmar que el marxismo como teoría materialista y dialéctica de la historia es la toma de conciencia sobre la progresiva clarificación de la propia conciencia en un proceso de lucha de clases, la sistematización dialéctica de las etapas de esa lucha, la rectificación de los errores y la acumulación progresiva de la experiencia política mediante la cual una clase oprimida deviene, paulatinamente, clase revolucionaria (en la que el proletariado adquiere «conciencia de clase»).

Por eso Mao, denunciado tantas veces por los académicos «marxistas» occidentales como «marxista ultraortodoxo» y «fanático», desde su campamento en la prefectura de Yan’an (Yenán), se permite denunciar «el culto de los libros», y sentenciar que:

«Si afirmamos que el marxismo es correcto, no es en absoluto porque Marx haya sido un ‘profeta’, sino porque su teoría ha demostrada ser acertada en nuestra práctica y en nuestra lucha. El marxismo es indispensable en nuestra lucha. Al aceptar esta teoría, no nos anima ninguna idea formalista, ni mucho menos mística como la de ‘profecía’. Muchos de los que han leído libros marxistas se han convertido en renegados de la revolución, mientras que frecuentemente obreros analfabetos llegan a dominar el marxismo. Por supuesto, debemos estudiar libros marxistas, pero tenemos que combinar el estudio con las condiciones reales de nuestro país. Necesitamos de los libros, pero tenemos que superar la tendencia a rendirles culto, que nos lleva a divorciarnos de la realidad.»

Casi como si se adelantara a las críticas de estos profesores universitarios de izquierda. Veintisiete años después, en 1957, con el Partido Comunista Chino ya en el poder, Mao afirmará en un discurso:

«Para adquirir una verdadera comprensión del marxismo, hay que aprenderlo no sólo de los libros, sino principalmente a través de la lucha de clases, del trabajo práctico y del contacto íntimo con las masas obreras y campesinas. Si, además de leer libros marxistas, nuestros intelectuales logran cierta comprensión del marxismo a través del contacto con las masas obreras y campesinas y de su propio trabajo práctico, hablaremos todos el mismo lenguaje: no sólo tendremos el lenguaje común del patriotismo y del sistema socialista, sino que podremos también tener el lenguaje común de la concepción comunista del mundo. En este caso, todos trabajaremos mucho mejor.»

Fuerte contraste con el teórico alemán Max Horkheimer (líder histórico de la primera generación de la Escuela de Frankfurt, que en la década del 30 escribiera uno de los textos más lúcidos y fundamentales del llamado marxismo occidental, Teoría tradicional y teoría crítica) y su colega Theodor Adorno, que no solo denunciarían eventualmente los esfuerzos soviéticos de afianzar un aparato estatal que les permitiera desarrollar una industria moderna capaz de sacar a millones de la pobreza y defenderse de los embates de la Wehrmacht (fuerza armada) nazi como una «traición al socialismo» y al ideal marxiano de «la abolición del Estado en el comunismo», sino que además, en nombre de un universalismo abstracto, compararían la lucha independentista de los vietnamitas y los pueblos colonizados del mundo con el surgimiento del «nacionalismo hitleriano», y, asimismo, tildarían de reaccionarias y hasta fascistoides a las protestas estudiantiles de finales de los años 60’s, que amenazaban con interrumpir el dictado normal de sus clases en la Universidad de Frankfurt (y, probablemente, poner sobre el Instituto para la Investigación Social el ojo desaprobatorio de la CIA, con un probable recorte de su financiamiento gubernamental).

Adorno, declararía célebremente en una oportunidad: «Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov?». Contra una praxis revolucionaria que, en su intento por conquistar el poder e iniciar la construcción del socialismo, inevitablemente habría de encontrarse con obstáculos, cometer errores y alejarse de los esquemas abstractos preestablecidos, Horkheimer y Adorno llamarían a defender los derechos del «pensamiento» (de la Teoría pura) a no mancillarse, atrincherándolo en las facultades de filosofía y ciencias sociales, preservándolo así de una realidad y de una práctica social incapaces de estar a la altura de la «verdad teórica».

El gesto de los padres de la Teoría Crítica, por el que coronan su viraje del materialismo hacia el idealismo, es repetido hoy incluso por estudiosos de la obra de Marx y por investigadores fuertemente comprometidos con la recopilación, medición y análisis de data empírica. Y esto se debe fundamentalmente a que, como Mao lo comprendió tan bien, el marxismo es pensamiento dialéctico, pero el verdadero pensamiento dialéctico (el verdadero pensamiento teórico) no está (no puede estar) en oposición a la práctica social, al involucramiento directo en la historia de las luchas de clases: una perspectiva que se pretenda dialéctica y que no se funde en una experiencia real de lucha, no puede aspirar a un conocimiento verdadero de la realidad (es decir: concreto, material, y multilateral, total), solo a una mirada abstracta y parcial sobre el sistema, propia de un sujeto académico cartesiano que, consciente o inconscientemente, se entiende a sí mismo como externo al antagonismo social, y por tanto, como desarraigado de la realidad histórica.

Ciertamente, el marxismo es método (método dialéctico), pero como lo afirmara el filósofo húngaro György Lukács:

«La dialéctica materialista es una dialéctica revolucionaria. […] Se trata de la cuestión de la teoría y la práctica. Y ello no solo en el sentido en que se expresa Marx en su primera crítica a Hegel, según la cual ‘la teoría se hace fuerza material en cuanto que aferra a las masas’. Hay que encontrar, además, en la teoría y en el modo como ella afecta a las masas, los momentos, las determinaciones que hacen de la teoría, del método dialéctico, el vehículo de la revolución; la naturaleza práctica de la teoría tiene que desarrollarse a partir de ella misma y de su relación con su objeto [es decir: con la realidad].»

De ahí que «[l]o que diferencia decisivamente al marxismo de la ciencia burguesa no es la tesis de un predominio de los motivos económicos en la explicación de la historia, sino el punto de vista de la totalidad [social].»

El marxismo no es, pues, una mera teoría de las formaciones sociales: es la sabiduría que nace de la rebelión, de las revoluciones a lo largo de la historia, el aprendizaje metódico de los revolucionarios sobre cómo transformar la realidad.

Esa es la razón principal por la que, al final del día, el académico «marxista» promedio y muchos de los grandes especialistas sobre la obra de Marx, saben poco o nada sobre el marxismo, el comunismo y lo que implican.

Notas: