Sobre las razones y consignas de la gran marcha nacional (12N)

El día de ayer la marcha fue masiva. La crisis de legitimidad del orden institucional neoliberal es evidente, y el temor a su colapso lleva a una agudización de la represión y la brutalidad. Se percibe un gran entusiasmo porque ayer los peruanos estuvieron juntos en las calles como un solo cuerpo (¿cómo un pueblo?).

Dicho eso, a mí como filósofo me importan mucho las razones por las que se marchan. Creo que a muchos de mis conocidos les incomoda que insista tanto en eso; como si fuera una insistencia antipática, antojada e inoportuna. En mi defensa, esclarecer fundamentos es la base de mi profesión, y soy de la idea de que tiene su utilidad y su importancia en todos los ámbitos de nuestra vida (incluyendo la política).

«Lo verdaderamente importante es que estemos juntos en esta coyuntura, no por qué salimos a la calle,» es algo que, en estos días, de una u otra manera, me han dicho varias personas, de posiciones políticas muy diversas. Pediré que me permitan discrepar. Por supuesto que en la actual coyuntura los números son cruciales; reducirnos a la medida cuantitativa de «1 cuerpo» en una manifestación social tiene su relevancia y, por supuesto, aporta: en el choque frontal contra el gobierno, 1 quantum de materia es 1 quantum de fuerza, y cada cuerpo que se suma a la lucha es bienvenido. Pero de nuevo, nuestra dimensión cualitativa no deja de ser crucial: anoche hubo múltiples consignas (múltiples razones para protestar), y no es deshonesto ni poco serio decir que no todas eran igual de buenas.

Por ejemplo, hay (sobre todo entre los sectores medios y las élites culturales provenientes del activismo de ONG’s o de instituciones humanistas como la PUCP) quienes consideran que el problema de fondo ahora mismo, lo que ha llevado a esta «terrible situación», fue la vacancia a Martín Vizcarra, y que «el congreso» con Manuel Merino a la cabeza haya asumido el poder. Un amigo muy querido decía anoche, legítimamente indignado por la violencia asesina que la policía desatara contra los manifestantes, que quienes votaron a favor de la vacancia (como el FREPAP o el Frente Amplio) «están contra el pueblo». A otros los veo decir que con esta vacancia se ha «usurpado la democracia».

Personalmente, yo estuve a favor de la vacancia a Vizcarra, y obviamente si hubiera estado en el congreso hubiera votado a favor (y si hubiera que hacerlo de nuevo, estaría a favor nuevamente).  Yo no quiero (y puedo equivocarme, pero creo que la mayoría de peruanos tampoco quiere) volver a la situación anterior a la vacancia. No quiero regresar al orden constitucional fundado por Fujimori, ni me voy a dar por satisfecho por volver a la misma «democracia» que se define abstractamente como tal por la existencia de un parlamento (institución representativa de origen feudal, oligárquica por excelencia) y las elecciones.

Me parece genial si uno siente que Merino no lo representa y Vizcarra sí (o que Vizcarra lo «representa más», lo que sea que eso signifique). Pero no olvidemos que en estos meses, Martín Vizcarra y su gobierno, mediante el programa “Reactiva Perú”, regalaron millones de soles de los peruanos a grandes empresas en desmedro de las pequeñas que sí necesitaban ese dinero; que se hicieron de la vista gorda mientras las clínicas privadas hacían su negociazo y la gente moría por centeneras; que pusieron todas las trabas del caso para que las personas pudieran acceder (medida desesperada) a sus ahorros en esta crítica situación, para no perjudicar las ganancias de las AFP’s; que se rehusaron a instituir un verdadero bono universal para la población; que durante prácticamente todo su mandato tuvo una porción importante del país en estado de emergencia, reprimiendo con violencia largamente peor que la de ayer, a punta de balazos, a los ciudadanos que protestaban contra los abusos de los grandes capitales extractivos; que hizo de su causa personal el negociazo del aeropuerto de Chincheros; que hace poquísimos meses, con el beneplácito del gobierno, la policía asesinó a tres líderes kukama que se manifestaban pacíficamente contra el abandono del Estado a su comunidad en esta crisis sanitaria.

Ese «líder», objetivamente, no representa los intereses del pueblo (ni lo «representa más» que Merino; por cierto, destacaré hasta el final el rol positivo y coherente de la bancada del FREPAP durante la pandemia, en lo que respecta a defender los intereses de las mayorías; sin ser una organización de izquierda, y con sus terribles errores, hizo más por los de abajo que la izquierda parlamentaria en veinte años).

«Esto ya no es sobre Vizcarra», me dijo otro amigo anoche, que en el estallido inicial se pronunció como un vizcarrista convencido. «¡Es sobre recuperar nuestra democracia!» Pero, ¿qué democracia se quiere recuperar? ¿Democracia para quién? ¿Para el pueblo, o para una pequeña élite cultural y/o económica cuya única medida para la política es un criterio muy fino (muy de clase) de la decencia y la moral (y cuyo imperativo máximo, tal vez inconscientemente, es «Dios perdona el pecado, pero no el escándalo» Si se cree que antes de que Merino asumiera la presidencia había democracia, creo que se cae en un error garrafal (al menos, si por democracia entendemos «démos» + «krátos», es decir, «poder del pueblo»).

«Bueno, pero ‘el pueblo’ en realidad no existe, es una de las categorías más abstractas de la teoría política; lea a Ernesto Laclau, compañero: el pueblo se construye en jornadas como la de ayer». Está bien, pero si el pueblo es una categoría tan abstracta, déjenme decir que es porque se han hecho grandes malabares teóricos y jurídicos para que así sea. Porque, si bien es verdad que la conciencia de un pueblo politizado se construye en la lucha (en jornadas como la de ayer, en efecto), el pueblo sí existe. Porque no hay que olvidar que una de las acepciones de «demos» es la plebe, el populacho, la chusma, las grandes masas empobrecidas. Así, literal (Aristóteles decía con sorna en su Política que la democracia es «el gobierno de los pobres»).

Que al paladar ilustrado, esas masas realmente existentes, con sus opiniones, su pragmatismo y sus manierismos poco sofisticados no le gusten tanto, y prefiera plantarse frente a ellas con la cabeza en alto como un miembro individual del demos está en todo su derecho (haciendo en ese movimiento, ciertamente en la categoría de pueblo; una categoría de contenido más abstracto y general, ya es otra cosa).

Ayer había quien se preguntaba «¡cómo hemos llegado a esta terrible situación, a la violencia y las muertes!» Bueno, al sector ilustrado del demos abstracto habría que decirle sin ascos que el demos-plebe («el demos material») sufre violencia estructural y policial casi a diario. Digamos que esta «terrible situación» en el Perú es su día a día. El demos material está excluido de la democracia formal desde hace tres décadas, y si está apostando por estas protestas, es porque quieren cambiar *esa* situación.

En fin, las razones para protestar sobran, pero son muy diversas, no todas son igual de buenas, y si bien ahora mismo pueden unirnos en las calles (cuantitativamente, como números), en el mediano-largo plazo, en el espíritu, cualitativamente (es decir, como nación), ciertas razones pueden mantenernos divididos (pegados con patinas de baba conceptuales como la categoría abstracta de «pueblo» que les gusta a teóricos políticos y juristas, o las modernas concepciones empresariales de la “peruanidad”).

Las razones para actuar (en este caso, para actuar políticamente) son importantes porque fundan lineamientos y principios, dan forma racional a la materia, o más sencillamente: cohesionan a un grupo en torno a ciertos ideales, le dan direccionalidad estratégica en lo que respecta a qué pasos debe dar más a adelante.

 La mera coincidencia táctica que nos permite sumar fuerzas cuantitativas no es suficiente; quedarse en la celebración vacua de la protesta sin concepto, relativizar el análisis (y toda acción política, nos demos cuenta o no, lleva implícito un análisis de la situación, aunque sea un análisis precario, atado a nuestros más básicos prejuicios de clase) es y ha sido parte del problema en las últimas tres décadas.

En estos días tenemos que pensar juntos. En esta coyuntura se está dando una oportunidad real de cambio social para bien; no debemos dejarla pasar.