Publicado en inglés en Midwestern Marx
Hoy nos encontramos en medio del surgimiento de una nueva ola de socialismo en América Latina. En los últimos años, hemos sido testigos del regreso del partido Movimiento al Socialismo al poder en Bolivia a través de la victoria electoral de Luis Arce; la victoria de Perú Libre, partido marxista-leninista y Mariateguista, guiado por el maestro de escuela rural Pedro Castillo; las revueltas colombianas contra el gobierno títere neoliberal estadounidense de Iván Duque; la eliminación de los cargos fabricados de corrupción contra Lula da Silva, lo que lo hace elegible para postularse nuevamente en 2022 (estaba por delante en todas las encuestas antes de las fabricaciones de corrupción en 2018); y más. La región que ha sido víctima histórica del colonialismo e imperialismo europeo, y de la amplitud de sus formas modernas a través de los Estados Unidos, ahora se encuentra, una vez más, accionando la hercúlea tarea de rechazar la sumisión al imperio más grande de la historia humana y afirmar su lucha por una existencia autónoma, socialista e internacionalista. En la complejidad de este contexto, una reflexión Marxista sobre los fracasos de la primera marea rosa, y cómo evitar que vuelvan a ocurrir en la actual es de gran importancia.
Tipología de la Primera Marea Rosa:
El comienzo del siglo XXI en América Latina estuvo marcado por un capitalismo neoliberal que se desmoronaba y el surgimiento de una serie de gobiernos socialistas y de izquierda que posteriormente se conocieron como la «marea rosa». Esta marea rosa, iniciada con la elección de Hugo Chávez en 1998 en Venezuela, no fue homogénea. De acuerdo con su contexto histórico y con el consiguiente nivel de presión imperialista, cada país ofreció diferentes formas y niveles de resistencia al neoliberalismo. Típicamente, la teorización de esta marea rosa ha notado una división entre aquellos gobiernos que tenían objetivos reformistas y aquellos que tenían objetivos revolucionarios.
La difunta Marta Harnecker, exalumna de Althusser, participante activa durante décadas en el proceso revolucionario cubano y destacada teórica chavista del socialismo del siglo XXI, trazó una tipología tripartita de la situación gubernamental en América Latina en su texto de 2015 Un Mundo para Construir: Nuevo Caminos hacia el Socialismo del Siglo XXI. Harnecker afirma que hay 1) los gobiernos que desean darle un cambio de imagen al neoliberalismo (Colombia, México, Chile, etc.), 2) los que sustentan las políticas neoliberales, pero enfatizan los temas sociales (Brasil, Uruguay, Argentina), y 3) los que buscan romper con el neoliberalismo y apoyar las movilizaciones populares (Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela). Harnecker descubrió que este último grupo, de naturaleza más radical, surgió de movimientos basados en grandes coaliciones donde comunas democráticas descentralizadas, basadas en la presencia histórica del socialismo comunal Amerindio, fueron consideradas los “bloques de construcción fundamentales” para el desarrollo del socialismo. Este socialismo aparece, como enfatizó Mariátegui, no como una “copia al carbón” del socialismo que surgió en otros continentes, sino como una “creación heroica” única del tradicional “espíritu comunista” de las tradiciones indígenas de la región. Al abrazar estas características regionales tradicionales, buscó distinguirse de las formas de socialismo que surgieron en el siglo anterior.
Una tipología similar está presente en el texto de William Robinson, América Latina y el Capitalismo Global (2008) donde se hace una distinción en la marea rosa entre los gobiernos reformistas progresistas que buscan «programas distributivos suaves» pero sin una amenaza para las relaciones de propiedad existentes (Brasil, Argentina, Uruguay, y Nicaragua), y los radicales que buscan una transformación en las relaciones de clase, en las estructuras políticas y legales, y en las relaciones internacionales (Venezuela, Bolivia). Para Robinson, estos nuevos proyectos socialistas del siglo XXI también tenían una diferencia única al socialismo del siglo XX. En contraste con los proyectos socialistas del siglo XX, estos nuevos experimentos surgieron de movimientos de base centrados en la organización comunitaria (en oposición a la organización económica), llegaron al poder a través de la actividad electoral democrática (en lugar de hacerlo a través de la guerra de guerrillas u otros medios fuera de las instituciones burguesas), y sostuvo en gran medida el estado burgués democrático-liberal existente (en contraposición al establecimiento de un estado proletario).
A excepción de su diferencia en cuanto a la categorización de Nicaragua, la tipología Harnecker-Robinson de América Latina se ajusta a la dicotomía de esta ‘izquierda’ propuesta por el canciller mexicano anticomunista Jorge Castañeda (citado por ambos), quien vio una distinción central entre la “izquierda buena” (la reformista moderada) y la “izquierda mala” (la radical revolucionaria). Al considerar que el texto de Robinson está al comienzo de la marea rosa (los últimos países de la marea acababan de tomar el poder), y el de Harnecker al final (justo antes de la reacción conservadora), podemos observar una cierta uniformidad tipológica a lo largo de la primera marea rosa, marcada por esta distinción entre tendencias radicales y reformistas.
La ola conservadora y sus lecciones para el futuro:
Poco después de la publicación del texto de Harnecker se produciría un giro conservador en muchos de los países de la marea rosa. Brasil vio el surgimiento de Michel Termer después del juicio político ilegítimo respaldado por Estados Unidos de Dilma Rousseff; esto, junto con el encarcelamiento de Lula, fue una condición previa para la victoria electoral de Jair Bolsonaro en 2018 y el neofascismo en Brasil. Junto a esto tenemos la pérdida de la peronista Cristina Fernández en Argentina (2015); la pérdida de la presidenta Michelle Bachelet en Chile (2018); el giro hacia el neoliberalismo de Lenín Moreno (2018); el golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en Bolivia (2019); y más. En todos estos casos, la influencia del imperio estadounidense estuvo presente – principalmente se ve en la fabricación y difusión de una montaña de pruebas fabricadas utilizadas en el encarcelamiento de Lula y el juicio político a Dilma, así como el sangriento golpe fascista en Bolivia.
Si bien el imperialismo jugó en estas pérdidas un papel determinante – a través de mecanismos como el financiamiento de la oposición y sus medios, limitando el alcance de lo que el gobierno de izquierda podía hacer a través de alianzas con las clases burguesas nacionales, bloqueos económicos o la amenaza directa de la fuerza militar – aún debemos identificar los errores cometidos que podrían haber evitado estas pérdidas. Enfatizamos que si bien 1) las acciones y errores de estos gobiernos están determinados por la presión imperialista, es decir, sus errores existen dentro de los límites históricos presupuestos que le imponen las presiones internas y externas del imperialismo estadounidense y el capitalismo global, no obstante 2) dentro de la esfera de esta presión sólo una lucha para ir más allá de esos límites, es decir, solo la lucha por el cambio estructural necesario para inutilizar los instrumentos y tácticas imperialistas, puede permitir una verdadera solidificación del poder en manos de un partido obrero.
¿Qué significa esto? Pues, un partido obrero en el poder está trabajando con tiempo prestado si no hace nada para cambiar la naturaleza burguesa fundamental de los aparatos estatales existentes. Los procesos electorales liberal-democráticos, las instituciones legales, el ejército, la policía, en esencia, la totalidad de la superestructura político-legal-ideológica, son fundamentalmente burguesas. La toma del poder debe ser seguida por el proceso inmediato para hacer añicos estos aparatos y desarrollar en su lugar aparatos proletarios genuinos cuyo propósito fundamental más crítico es mantener el poder en manos de la clase trabajadora. Las preocupaciones por los límites de mandato, las elecciones multipartidistas, los medios de comunicación pluralistas, etc. son fundamentales para la problemática burguesa. Estas son preocupaciones ligadas a una forma específica de sociedad de clases que excusa la explotación y el saqueo mediante vagos llamamientos a libertades abstractas y concepciones distorsionadas de la democracia. Este sentimentalismo burgués debe ser expulsado progresivamente cuando un partido obrero toma el poder. Solo a través de esta abolición progresiva de la ideología burguesa y los aparatos estatales puede una victoria política de la clase trabajadora asumir de manera significativa su papel histórico como agente emancipador. El socialismo, como etapa transitoria, debe cambiar no solo las relaciones y los fines de producción, sino con él todas las estructuras institucionales y jurídicas que utiliza la sociedad burguesa para reproducirse material e ideológicamente.
Se pueden ver ejemplos de esto dispersos en algunos de los gobiernos más radicales de la primera marea rosa. Por ejemplo, los movimientos en esta dirección se pueden ver en la entrega de la Constitución Bolivariana de 1999 de Venezuela, que ahora está intentando ser superada por la Asamblea Constituyente de 2017. Como se ve en el artículo 62 de la constitución de 1999, estos desarrollos constitucionales enfatizan fuertemente la capacidad de las masas de tener una participación activa en la “creación, implementación y control” de la política pública como la “vía necesaria para lograr el protagonismo que asegura su pleno desarrollo, tanto individuales como colectivos.» También se puede ver en los intentos en Venezuela de crear nuevas formas de políticas democráticas centralizadas dentro de un proyecto por una democracia participativa y protagónica, la cual es cultivada a través de comunas y consejos comunitarios. En el ámbito de la educación, la “Ley Orgánica de Educación” de Venezuela de 2009 ha dado sustanciales avances en la construcción de la conciencia socialista. No es sin razón que después de que toda la fuerza del imperialismo estadounidense ha caído sobre Venezuela, el pueblo se ha mantenido fiel a la revolución Bolivariana y al desarrollo continuo del socialismo.
En Bolivia, la rápida recuperación del poder político demuestra el extraordinario logro del MAS al ganar lo que Gramsci llamó la «guerra de posiciones,» es decir, el socialismo boliviano logró crear una «consolidación de la hegemonía popular.» Sin embargo, como señaló el filósofo Peruano Sebastián León, “una victoria en la guerra de posiciones no garantiza la continuidad ininterrumpida de la revolución. También hay que estar preparado para ganar en la guerra de maniobras, para defender con las armas la transformación de la sociedad cuando los reaccionarios lo hagan necesario.” Como sabemos por el texto de Martin Sivak Evo Morales: El Extraordinario Ascenso del Primer Presidente Indígena de Bolivia, el pueblo Boliviano había exigido el armado de la revolución antes del golpe. Lamentablemente, esto no se concretó a tiempo. Este fue el mismo consejo que le dio Fidel a Allende en su reunión de 1971, lamentablemente Allende se confió mucho y no lo tomo con la seriedad necesaria para evitar el golpe.
Conclusiones:
Aunque, como decía Hegel, «la lechuza de Minerva extiende sus alas sólo con la caída del crepúsculo», las intuiciones de Marx, Engels y Lenin sobre la necesidad de abolir el estado burgués y establecer la dictadura del proletariado se han confirmado en la praxis del socialismo de los siglos XX y XXI. Los ejemplos de China, Cuba, la República Popular Democrática de Corea, Vietnam, etc. muestran que solo a través de la abolición progresiva del estado burgués y el posterior desarrollo del estado obrero puede la clase obrera sostener el poder, independientemente de las duras condiciones en las que el imperialismo los pone. Además, sólo bajo tal ambiente de poder asegurado pueden surgir las condiciones objetivas y subjetivas para la posibilidad del comunismo, una vez que la situación global se madure. Por lo tanto, no debe extrañar que los gobiernos latinoamericanos que mejor se han involucrado en este proceso revolucionario hayan sido los que más firmemente han sostenido su posición en el poder (Cuba, Venezuela, Bolivia).
Estas lecciones fundamentales deben ser internalizadas por la nueva ola de socialismo en el continente. Si bien, como se mencionó anteriormente, parte de lo que se puede y no se puede hacer está determinado por las presiones del imperialismo, dentro de esta determinación debemos encontrar el coraje para ir más allá de estos límites en la medida de lo posible y fructífero. Estas lecciones y conclusiones no deben servir para señalar con el dedo a nuestros compañeros y decirles: «ustedes no han hecho esto, por lo tanto, son unos oportunistas y traidores a la revolución.» En cambio, nuestras críticas deben ser constructivas y desde un lugar de solidaridad proletaria.
Debemos apoyar a nuestros camaradas en sus luchas contra el imperialismo, pero también recordarles que un partido proletario en el poder bajo los aparatos del Estado burgués patina sobre hielo fino. Estas lecciones no deben usarse para deslegitimar los proyectos socialistas de nuestros camaradas, pues entonces nuestra actividad sirve al departamento de estado de los Estados Unidos en la creación de una campaña de deslegitimación de ‘izquierda’ contra los proyectos socialistas. Nuestra crítica debe ser hecha con un fin de apoyo y realizarse en un ambiente de compañerismo apropiado. Solo si somos conscientes de tales lecciones esta nueva ola de socialismo no será interrumpida por el reaccionismo una vez más.
Co-Autor: Edward L. Smith es un analista político especializado en Venezuela. También es editor de Midwestern Marx y de El Cuaderno De Estudios del Socialismo Americano.