A 100 años de la muerte de Lenin: creatividad para la confrontación desde el sur global

Imagen: Matheus Calderón

Escrito por: Carlos Alberto Castro
Militante del Movimiento Socialista Peruano

Lenin camina alrededor del mundo.
Como una cicatriz se pone el sol.
Entre la oscuridad y la alborada
surge una estrella roja del crisol.

Langston Hughes

A cien años del deceso del máximo líder bolchevique, ¿qué retenemos y podemos renovar hoy de su legado? Para quienes sostenemos la posibilidad del fin de la dominación y explotación entre los seres humanos, las lecciones de Lenin en vida fueron varias; sin embargo, creemos que hay que detenernos especialmente en una de ellas, por cómo ha sido expectorada del canon crítico marxista, militante y académico.

Se dice que Lenin fue principalmente un hombre de praxis y, sin duda alguna, esto lo refleja un legado marcado por el más grande acontecimiento revolucionario de la historia moderna: la revolución bolchevique de 1917. No obstante, la dimensión teórica de este legado continúa siendo repudiada entre los repertorios intelectuales occidentales. Paralelamente, la obra de Lenin es tomada como un “texto sagrado” en muchos de los casos militantes, una “almohada” a la que se recurre de vez en cuando para repetir frases que reprimen su principal aporte: elaborar una teoría desde la práctica y la experiencia concreta de la lucha revolucionaria. Los textos de Lenin son, ante todo, una caja de herramientas para afrontar las contradicciones de nuestro caótico y desbordado presente, capturado hoy más que nunca por las fuerzas capitalistas.

Ho Chi Minh contaba que, al leer las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial, texto que Lenin había escrito para la reunión de 1920 de la Internacional Comunista, “el sol apareció entre las nubes del cielo”. Este recordado líder de un pequeño país asiático que venció a tres imperios explicaba que en Lenin encontró finalmente un marxismo que consideraba -tanto teórica como estratégicamente- a la liberación de los pueblos oprimidos por el colonialismo como un elemento indispensable para el desarrollo de una revolución socialista. Lo anterior es un hecho: para los grupos que emprendieron procesos emancipatorios que llegaron al poder en el tercer mundo, con Lenin el marxismo dejó de ser una teoría dirigida a hombres asalariados europeos ubicados en fábricas escasas en aquellos lugares. De manera similar, El Capital de Marx se apartó de aquella interpretación que vaticinaba a Europa occidental como el centro de la revolución mundial, evento que la periferia debía esperar para emprender sus propios procesos hacia el socialismo (por ello, Gramsci calificó a la Revolución rusa como “una revolución contra El Capital”, es decir, contra el texto). Justamente, vemos que la revolución bolchevique y la obra de Lenin manifestaron una revuelta contra una concepción unilineal y etapista de la historia, malinterpretación perniciosa sumamente difundida por los detractores del marxismo.

Como menciona Vijay Prashad, militante comunista indio, para los revolucionarios de lo que hoy llamamos el sur global, Lenin no es un salto en la teoría marxista (problema común en las historias intelectuales sobre el marxismo occidental), sino todo lo contrario: es el comienzo. Esto porque la intervención teórica leninista resultó un imperativo desde su propio contexto: “la lucha de clases no se manifiesta como lo hace en Occidente”, afirmaba Ho Chi Minh. Tal verdad no implicaba – como sostienen muchas teorías contemporáneas calificadas de “progresistas” – que la brecha con Europa y el primer mundo fuese meramente cultural, sino que las luchas debían tener en consideración una serie de factores particulares de las partes de mundo dominadas por el imperialismo: la estructura de dominación colonial, el deliberado subdesarrollo de las fuerzas productivas, la abundancia de campesinos y trabajadores agrícolas sin tierra, y las terribles jerarquías heredadas y reproducidas del pasado feudal (como la casta, la racialización y el patriarcado).

La intervención leninista, entonces, nos dice también lo siguiente: si vienes de una parte colonizada y subdesarrollada del mundo (desde Latinoamérica y la teoría marxista de la dependencia podríamos decir: “superexplotada”), las fuerzas productivas no se desarrollarán en ese lugar; el imperialismo no permitirá tal proceso, por lo que habrá que construir una agenda doble para la estrategia revolucionaria (algo que ni Marx ni Engels elaboraron del todo en su momento). De tal modo, en los territorios dominados por el imperialismo, la estrategia revolucionaria debe contemplar también un proceso de liberación nacional-popular (¿o plurinacional?, dirá García Linera siguiendo El derecho de las naciones a la autodeterminación [1914]), que advierta los vínculos entre las élites (pos)coloniales, las burguesías nacionales y las dinámicas de acumulación globales. Tal proceso permitirá construir las fuerzas productivas no desarrolladas, así como las bases para la igualdad y riqueza social tras el saqueo del norte imperialista.

Podríamos encontrar ajenas las reflexiones anteriores, si no fuera porque las comprendió muy bien un peruano, nuestro amauta José Carlos Mariátegui. Mariátegui expresó mejor que nadie en Latinoamérica que si bien las categorías del marxismo tienen una aplicación universal, estas no pueden emplearse del mismo modo en todas partes del mundo. La lección leninista que nos recuerda el Amauta es, pues, la de la creatividad. No una que caiga en la falsa idea de la libertad abstracta y la plasticidad posmoderna funcional al neoliberalismo, sino una creatividad que traduzca rigurosamente las categorías al contexto de lucha, a partir del trabajo concreto, en las propias y complejas realidades. De esto va el “sin calco ni copia”, claramente un desarrollo que nos remite al líder bolchevique, a su vida y devenir teórico. Pues, como afirma Néstor Kohan, “Lenin es uno y a la vez muchos”, y esto es así porque su pensamiento no responde a una metafísica y fórmula válida para todo tiempo y lugar, sino que la coherencia de sus categorías responde al calor del desarrollo dialéctico de la lucha de clases; algo al parecer imperdonable para el marxismo ortodoxo y eurocéntrico al cual se enfrentó en su época, y al cual nos seguimos enfrentando nosotros actualmente desde nuestras condiciones.

Resulta obvio señalar que mucho ha cambiado desde la muerte de V.I. Lenin, entre otras cosas, cómo es que las lógicas del capital se han ampliado a espacios de la vida que no estaban considerados en modo alguno en aquella época. Lo que no resulta tan obvio -para ciertos sectores del campo intelectual marxista- es si la validez de categorías como “imperialismo” sigue vigente, o si estas nociones nos ayudan a comprender las estructuras que nos dominan en la actualidad. La tendencia es por caracterizar un capitalismo “cosmopolita”, que se desarrolla casi igual en todas partes, algo poco creíble para las personas que vivimos en países históricamente dependientes y subdesarrollados. En cualquier caso, la pertinencia de las categorías de Lenin, su aplicación, cómo se “estiren” y utilicen en los procesos de liberación, seguirá estando atada a lo que él mismo señalaba como la esencia misma, el alma viva del marxismo: “el análisis concreto de la situación concreta”.

Mientras Lenin continúa siendo ninguneado, nosotros optamos por recordar su legado de radicalidad. Una radicalidad que se mantiene peligrosa para las clases dominantes. Recordemos que el sistema capitalista tolera las rebeldías inofensivas, e incluso las incorpora y predetermina. En este contexto, sostenemos que la peligrosidad de Lenin reside justamente en su creatividad para luchar contra el capitalismo, sus instituciones, y las teorías que lo sustentan y reproducen. Lenin es recordado como una estrella roja sobre el tercer mundo, una brújula para gran parte de las revoluciones que han vivido los pueblos oprimidos por el colonialismo, el imperialismo y la superexplotación. Hoy hacemos el llamado a inspirarnos de igual manera en su pensamiento, para así recrear un camino desde la lucha de nuestros pueblos hacia el socialismo en el nuevo tiempo.

Carlos Alberto Castro